Se encuentra usted aquí

Un infierno para los corruptos, que bien merecido se lo tienen.

El enorme éxito de la corrupción en Chile se debe en gran parte a los débiles castigos que reciben quienes han sido sorprendidos en cohecho, malversación de fondos, uso de información privilegiada, nepotismo y otras prácticas de abuso del poder conferido por el pueblo. Una minoría es la que termina tras las rejas y son muy pocos los que devuelven aquellos recursos públicos alcanzados por el pillaje.

Esta impunidad hacia los corruptos no solo viene desde la institucionalidad estatal, la cual durante décadas ha hecho gala de contar en sus filas con varios funcionarios indecentes; sino además desde la prensa la cual parece tener nítidas preferencias para una casta de facinerosos pues éstos mientras más ricos y poderosos sean, los trata mejor reservando la palabra ladrón para los malhechores de clases sociales inferiores. Ciertamente cuando quien roba es un juez, general, gran empresario, alcalde o senador entre otros individuos bien posicionados, el calificativo de “antisocial” no es usado por la mayoría de periodistas. De hecho, se constata que para muchos medios de comunicación estos privilegiados no cometen delitos, sino “errores”.

Con todo un engranaje funcionando al servicio de la corrupción es muy poco probable que se logren castigos proporcionales al mal provocado. Es más, a lo largo de los años en Chile se ha constatado que en general a los corruptos tanto literal como gramaticalmente “no les sale ni por curados”.  Y lo peor es que las condiciones que crean este escenario de impunidad están ya consolidadas, manteniéndose robustas y extensas redes para que las malas prácticas se hagan costumbre. En efecto, los corruptos han logrado alterar el sistema de creencias de la ciudadanía, el sistema más fuerte de cualquier sociedad. Así entre otros resultados beneficiosos para sus intereses han desordenado la jerarquía de la gravedad de problemas que el pueblo enfrenta, haciendo que él crea que los más dañinos son el cambio climático, la inmigración ilegal, la inflación, la Constitución…relegando a un rol secundario a la raíz de la mayoría de los males: la corrupción.

Entonces, dado que en esta dimensión la esperanza de lograr justicia se desvanece, se puede jugar con la imaginación para al menos en la mente hacer que Chile no sea el paraíso de los corruptos. Así se puede concebir un infierno donde ellos paguen por todo lo que aquí no han pagado y nunca pagarán: el infierno para los corruptos. Y puesto que la invención del infierno no es nueva, podemos tomar como inspiración el más famoso de todos, el de Dante Alighieri en su Divina Comedia.

Si en la obra de este escritor y político florentino se identifican círculos con niveles crecientes de maldad y del castigo que corresponde en la medida que se desciende, también podemos imaginar lo análogo para Chile. En un primer círculo con un nivel de sufrimiento bajo podemos encontrar aquellos ciudadanos comunes y corrientes que no reclamaron ante las injusticias que la corrupción provocaba en su entorno inmediato, aquellos que permitieron que sus colegas, vecinos y cercanos sufrieran de los abusos. En el segundo círculo con un nivel de sufrimiento algo mayor están los jueces que no tuvieron agallas para enfrentar a los corruptos poderosos, aquellos que tal como dijo un expresidente, “les faltó coraje moral”. En el tercer círculo con más sufrimiento que el anterior están los corruptos ocasionales, aquellos que con poca frecuencia tuvieron un mal comportamiento y que una vez que cayeron ante la tentación no tuvieron la intención de reparar el daño causado. En el cuarto círculo con un enorme sufrimiento están los corruptos profesionales, aquellos que hicieron de las malas prácticas su trabajo. Finalmente, en el quinto círculo con el más extremo de los sufrimientos están los corruptos perversos, esos que ya cubiertas todas sus altas demandas no repararon por ejemplo, en coludirse para subir el precio de productos básicos, dificultando la vida de los más desposeídos.

Se pueden seguir agregando círculos tanto intermedios como extremos e inventando todas las formas de castigo que la imaginación permita. Después de todo, ese es uno de los beneficios de la fantasía: escapar de la realidad cuando ésta es insoportable.  Y si se considera que muchos corruptos pese a sus maldades son religiosos y creen en algún infierno, tal vez para ellos esta fantasía les sea insoportable y escapen a la realidad. Y quizás remotamente, este ejercicio de ficción los pueda hacer cambiar.

Lucio Cañete Arratia

Facultad Tecnológica

Universidad de Santiago de Chile