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Herencia de Plumas por Carolina Zepeda

HERENCIA DE PLUMAS

No todo lo que vuela es pájaro.

A veces lo que piensas alcanza una pequeña altura.

(Elvira Hernández, Pájaros desde mi Ventana)

 

Abuela y nieta han sido inseparables. En el caos que las rodea intentan desesperadas perpetuar esa esencia amarrándose una a la otra en un nudo de brazos.

La población arde, el calor las agobia. Sudan, se ahogan, las ropas se humedecen pero los brazos no ceden. Están sordas de gritos vecinos, angustiadas y rendidas de aullidos desesperados de mujeres y hombres, de otras abuelitas y otras nietas.

Fuegos artificiales dieron inicio a la hoguera. Unos que no eran de año nuevo sino de una celebración cruel, un aviso impío de la llegada del remedio a la frustración marginal.

Intentaron ayudar y acudieron a baldear flamas que de manera irremediable devoraban enseres. Distribuyeron ropas y alimentos, como lo habían hecho otras veces, pero el fuego no cedió e implacable las arrinconó hasta tenerlas ahora en este espacio mínimo en que el abrazo intenta contener la impotencia de no poder hacer algo más por ellas ni por nadie.

La abuela fue profesora, jubiló y con eso había mantenido la casa. Hizo lo que pudo por muchos, aunque logró poco. Le brotaba el amor a raudales: generoso, ilimitado. Alimentó cuerpos y espíritus. Se esforzó para que a los niños no los reclutara la reina alba, que ahora hacía chispear la liviandad de paredes y techos. Luchó con convicción para que las niñas no quemaran su inocencia, para que no se transaran junto a otras mercancías.

Lloró la pérdida de cada uno de los nietos adoptivos cuando fracasó ante las ansias creadas por esa amistad mayor que calmaba el hambre con el mono, el jale, la pastilla o el ansiolítico poblacional prescrito por ese amigo bacán que lo tiene todo, porque así lo prueban las zapatillas, el buzo de marca o la cadena dorada en el cuello. Lloró mucho.

El humo las obliga a distanciarse unos centímetros para poder respirar. La abuela concluye que es el momento, la nieta debe partir.

Le había insistido a la pequeña en su condición alada y que solamente debía aprender a usarla. Esa era la hermosa herencia de los padres, pero ellos no conocían lo suficiente y no supieron manejarla. “Yo te enseño para que tú vueles y lo hagas bien” -le decía siempre que se ponía porfiada con los estudios.

La mamá había sido libre, curiosa y viajera, pero no sabía de matemáticas y calculó mal el trayecto, por eso se perdió. El papá quiso ser piloto, pero ahogó el motor en alcohol, así que no pudo despegar. El vuelo de ambos se truncó y se fueron desplumando hasta convertirse en esqueletos que ahora yacen varados en cualquier esquina, desmantelados e inservibles, desvaneciéndose poco a poco, sin poder siquiera desaparecer. Quizás en esta hoguera prolífica se fundan en vapores y humo para terminar el viaje inconcluso.

Los vidrios explotan y se abre paso la ola de calor que devora paredes y las palabras se tropiezan en la tos. La nieta mira a la abuela con miedo. Por primera vez se separan, la anciana jala una cuerda del techo, abre una puerta y cae una escalera. Suben juntas y al pararse arriba sienten el ardor en las plantas de los pies. La abuela le toma la cara, le besa la frente, le indica la ruta y la alienta: Ahora, niña, vuela. Pero la niña no quiere soltarla. La veterana adivina y le explica que una pájara chica no puede cargar tanto peso. La pequeña conoce esa entonación de voz y el gesto que no permite discusión, deja que la abuela la tome de las axilas y en un solo impulso la lance al aire.

La nieta abre los brazos y en tanto los agita le brotan plumas. Se eleva y ve el fuego hacerse cada vez más pequeño. Da una última mirada al techo de la casa y ve la sonrisa desdentada de la abuela.

  • La encontramos semiconsciente, sin identificación, policontusa, intentando mover los brazos como si aleteara. Balbuceaba. Decía que estaba volando. Hablaba de una abuela, pero no la hemos ubicado. Hasta ahora no hemos encontrado a nadie más con vida - señala el bombero a la mujer del delantal blanco.

 

 

 

Caro Cepeda. Morenidades.

Publicado por Editorial Asterión, 2021

Inscripción N° 2021- A-3715

I.S.B.N. 978-956-9985-69-0